viernes, 19 de mayo de 2006

Carta de dimisión

¿Quién puede decir quién está loco y quién no?

Es la locura tan compleja y extraña, que no sabemos donde está el límite del cuerdo y el loco. ¿Quién puede decir que no tiene nada de loco? Todos, desgraciadamente todos, en algún momento de nuestra vida, nos hemos dejado llevar por la ira, la pasión, el deseo... y otros muchos sentimientos de manera extrema.

Trabajo en este hospital desde hace ya nueve años y nunca había pensado en esto. Pero ayer encontré en el pabellón de mujeres un pequeño libro con los pensamientos de una “loca” y no he podido dejar de recordar sus palabras:

“Dicen que estoy loca, porque en las noches de luna llena vago por todos los rincones de la ciudad. Dicen que estoy loca, porque me gusta meterme en el mar en amaneceres lluviosos. Dicen que estoy loca, porque dejó pasar los días, los meses y los años sin decir una sola palabra. Pero lo que no saben, es que mi mundo es tan pequeño y feliz como yo lo quiero hacer. Tampoco saben que no hablo porque no tengo nada que decir, ni a quien decírselo, porque todo es tan simple que no tengo nada de lo que hablar, ni de lo que discutir.”

“Dicen que mi locura no es un claro ejemplo de ninguna enfermedad mental que hasta hoy se haya podido catalogar. Que quizá sea autismo profundo o esquizofrenia paranoide, o otra de esas enfermedades que tienen su propio nombre y apellidos. Dicen que mi locura tiene todos los síntomas de una recuperabilidad imposible, y que los médicos se han rendido ante esto. Dicen que mi locura es simple pero compleja a la vez, que es blanca y negra como el día y la noche. Pero lo que no saben, que yo no tengo nada, que no tengo ni nombre ni apellidos como mi enfermedad. Tampoco que mi locura simple y compleja es sólo mi vida.”

Hasta entonces no me había parado a pensar que tal vez todas estas personas no están locas, tampoco dudo que no tengan algo de cuerdas, pero tal vez en su mente haya una realidad que realmente es real y los demás no podemos verla. Quizá, si nos paráramos a pensar en ello, nos daríamos cuenta que sus silencios, sus ataques de ira, sus autolexiones... son consecuencia por algo que ocurre en su mundo y nosotros no somos capaces de entender. Lo único que al salirse de la norma y no ser como nosotros “la mayoría”, los llamamos locos.

Y hoy me pregunto si quizá los locos no seamos nosotros, tengo pruebas de ello:

“Me miran a los ojos, me preguntan constantemente por mi nombre y yo no respondo. Me aburren, me cansan, no son muy originales con sus preguntas. Como si ellos no supieran como me llamo, “si viene en el informe” me dan ganas de gritarles.

¿Pero, para qué? ¿Para qué gritarles? Si cada vez que lo hago me ponen dosis más grandes de valium y me meten en esa habitación acolchada... tan blanca y pura... tan maloliente a vómitos y a heces.

Todo es tan absurdo...

Y día tras días, me miran a los ojos y me dicen: “Mira, la mirada fija de esta loca”.

Al menos la mía no es fría, insensible y mecánica.”

Los miramos con una sonrisa en la cara, de burla... de miedo. Pero he encontrado en muchos de ellos, miradas tiernas y sinceras, como no he visto en ningún “cuerdo”. Son miradas que aún expresen odio, resentimiento o temor, lo hacen de manera sincera. Y nos sentimos superiores cuando se revelan; y los atamos y encerramos o cuando los tranquilizamos a base de valium...

Pero adentrándome en el mundo de ella, en su mundo de dibujos, símbolos y palabras que eran tan claras y sin confusiones me di cuenta que algunos eligen esa vida para ser felices, por que en el mundo real, en nuestro mundo no lo son... como algunos de nosotros que nos resignamos con nuestra vida triste y no hacemos nada por arreglarla. Al menos ellos intentan solucionarla, aunque sea a través de la locura.

Sé que lo que hice no estuvo bien: leer su diario. Pero a pesar de que me tache yo mismo de cotilla o curioso, puedo decir que son las palabras más duras y reales que he oído en lo que llevo de vida:

“Me dicen mis compañeras que Dios nos maldice, que somos el castigo de la sociedad. Que estamos aquí por que somos tan horribles que no podemos estar fuera, que este es nuestro sitio, nuestro mundo. Y yo les digo que ese Dios, no tiene que ser un buen tipo. Porque el Dios tan bueno y puro de todos, sólo me deja ver la luna a través del espejito, que le robé a una enfermera hace unos meses. Pero no me quejo yo al menos con eso me conformo.

Recuerdo la última vez que sentí el aire fresco en la cara. Una ilusión difusa y corta de libertad.

La primera vez fue al principio de ingresar aquí. Me trasladaban de habitación, me llevaban solo vestida con la camisa de fuerza... descalza, y uno de los enfermeros me pisó en un pie. Lancé tal alarido, me enrosque y me encogí tanto, pataleé y lloré tanto... que se pensaban que había tenido un ataque de histeria. Y sin mediar palabra, sin dejarme explicar lo que había pasado, me pusieron “la dosis de valium necesaria para tranquilizar a esta loca”.

Pero le sentí, sentí el aire frío en mi piel: la única caricia que desde hacía mucho tiempo me habían ofrecido. Me trasladaron de pabellón, para ingresarme en la habitación acolchada y pude sentir al único amigo que me esperaba en la calle... el aire. Desde entonces siempre que quiero sentirlo, me hago la histérica. Y me dejan al menos unos instantes con él mientras dura el traslado al otro pabellón.”

Por eso señora directora del centro, por todo esto... que aunque no los tratemos mal, ni tampoco nos paremos a observarlos y escucharlos detenidamente. Pido mi dimisión y le pido una solicitud de internamiento.

Le agradecería que fueran rápidos los trámites, porque quiero ser feliz.

* Este cuento recibió el Premio de Narrativa Joven del Ayuntamiento de Tomelloso en julio de 2004

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